Ya no hay plata, ni hay excusas
Quienes se oponen a los diez puntos del Pacto de Mayo propuesto por el Presidente se oponen a los diez puntos del Pacto de Mayo propuesto por el Presidente, no a otra cosa. No a los tweets del Presidente, ni a los errores parlamentarios, ni a los insultos injustificados, ni a las declaraciones estridentes, ni a la presencia de impresentables en el Gobierno.
Se oponen a los diez puntos que son la base necesaria para dar vuelta los ochenta años de decadencia peronista, incluidos estos veinte años de hegemonía kirchnerista, a los que nos llevaron las políticas opuestas.
No tengo nada contra ellos, porque oponerse es una opción legítima. Pero estoy en contra de que usen ahora la vara de Suiza después de tantos años de aceptar la de África, de que sean hipócritas, de que mientan, de que disfracen un desacuerdo político fundamental con cuestiones de peluquería. Y voy a fundamentarlo con un ejemplo personal.
Durante la campaña presidencial, los cortocircuitos entre La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio fueron de alto voltaje. El pico, seguramente, fue la acusación de Milei contra Patricia Bullrich de haber puesto bombas en jardines de infantes. Sin intentar acercarme siquiera a eso, están a disposición de quien quiera los tweets de Milei acerca de mi persona, con descalificaciones, insultos y ainda mais.
También pueden buscar mi último discurso en la cámara en el que hice una fuertísima crítica de las propuestas y las alianzas, que en ese momento sostenían la candidatura de Milei. Eran los tiempos de Barrionuevo recaudador y organizador de campaña; así que empecé diciendo: ¿En qué te han convertido, Javier? También es fácil encontrarlo en la red.
Y bien, tabula rasa. Patricia Bullrich forma parte de este gobierno y está llevando adelante una gran tarea en áreas decisivas como la recuperación del control del espacio público y la lucha contra el crimen organizado.
Por mi parte, me sería fácil refugiarme en aquellas frases hirientes de Milei para negarle apoyo al gobierno que encarna el cambio que mayoritariamente votaron hace pocos meses los argentinos.
La pregunta se hace sola: llegado el momento de votar en el Congreso, de adoptar una posición política o de apoyar o no las medidas del Gobierno, ¿qué voy a considerar: mi pequeño orgullo personal, mi narcisismo, o lo que crea mejor para el país? En esto, soy peronista. Primero la patria, después el movimiento, y por último, los hombres.
Es cierto que el peronismo invirtió el apotegma, poniendo primero los intereses de los hombres -entiéndase: el interés de los dirigentes peronistas-; después, el interés del peronismo; y por último, los del país.
Eso, exactamente, es lo que van a hacer quienes pongan palos en la rueda de los diez puntos planteados desde la Presidencia, cuya necesidad es inexorable y urgente: poner primero los intereses corporativos de los dueños del país y agentes de su decadencia. Que al menos no lo hagan en nombre de sus pequeños egos.
Oponerse a los diez puntos del Pacto de Mayo no es oponerse a riesgos totalitarios ni defender la Constitución; es oponerse a la inviolabilidad de la propiedad privada; al equilibrio fiscal; a la reducción del gasto público; a la reducción de la presión impositiva; a la renegociación de la coparticipación; al compromiso de las provincias de explotar sus recursos naturales; a una reforma laboral modernizante; a una reforma previsional que haga sustentable el sistema; a una reforma política que alinee los intereses de representantes y representados; a la apertura de la economía. Se está a favor o en contra. El resto es sarasa.
Ya no hay plata ni hay excusas. Tampoco hay tiempo. El de la corrección política y la hipocresía se han agotado. La historia nos está mirando. O este gobierno tiene éxito en su programa de reformas o volveremos a la decadencia de estas ocho décadas, cuyos últimos veinte años hundieron al país. Ojalá estemos todos a la altura.
Fernando Iglesias es diputado nacional (Juntos por el Cambio)
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